martes, 10 de enero de 2012

CUANDO ANSELMO SE ABRIÓ AL MUNDO.

Anselmo estaba pasando una mala época, otra mala época que formaba parte de la consecución de malas épocas que formaban su vida, o eso pensaba él.

Desde que murió su padre, quien hizo una pequeña fortuna en la posguerra con una minúscula fábrica de galletas, actualmente en la ruina, Anselmo paró su vida, se estancó, no supo continuar, lo dejó todo en manos de ella. Desde hace 25 años Anselmo era la sombra de su “mamá”, como él la llamaba, apenas salían de casa, sólo para ir a la misa diaria y a hacer algunas compras.

La palabra “huraños” se queda muy corta para describir la forma de pseudovida que habían creado en el amplio y céntrico piso en el que siempre habían vivido, herencia de los años de bonanza.
Pero después todo cambió. “Mamá” murió. Anselmo tuvo que tomar de nuevo las riendas de su vida, el mundo se le vino encima. Las paredes del piso donde creció y que tantos buenos recuerdo le habían traído, ahora lo engullían. Incluso dejo de asistir a misa, causando gran conmoción entre las ancianas más devotas del barrio. Al párroco se la sudó.

Las horas se le hacían largas entre lloros y lamentos, hasta que algo dentro de la cabeza de Anselmo hizo “click” y su vida se puso en marcha.
Por primera vez en lustros tomo una decisión, se marchó de casa, se independizó, ni siquiera hizo las maletas, se levantó del sofá pasado de moda, abrió la puerta y voló escaleras abajo, atravesó el amplio vestíbulo y salió a la calle sin más, ni siquiera saludó a Don Daniel, el portero. Una vez allí cruzó la calle sin mirar, atravesó, sin pensárselo demasiado, las puertas giratorias del hotel que se ve desde el balcón de su casa y en el que, desde que era un niño, siempre había deseado entrar.

Se acercó al pequeño mostrador  y se quedó mirando a Óscar. Supo que se llamaba Óscar por la placa que llevaba colgada en la pechera, lo cual le pareció una idea estupenda para no tener que andar preguntándose los nombres.

-Quiero vivir aquí- dijo Anselmo con la grave voz que corresponde a un cincuentón de su envergadura ósea. Es un tío bastante grande.
-¿Desea una habitación señor?- contestó Óscar aguantando un poco la risa. Al ver a aquel individuo con cuatro pelos despeinados y con cierto parecido al malo de los Pitufos, juzgó al instante, que tanto el albornoz que vestía como esas zapatillas de cuadros mega horteras estaba bastante pasados de moda, sobre todo desde su punto de vista mega gay.

-¡Sí! - Dijo Anselmo gritando y mirando al vacío. (No se sabe por qué).
Óscar, que pudo aguantar la risa muy profesionalmente, le entregó las llaves de una bonita habitación y lo acompañó hasta ella.
Aquella noche durmió como nunca, se sentía feliz, había roto la barrera, había hablado con una persona desconocida, había entablado conversación con Óscar, ¿ahora eran amigos?, no lo sabía pero daba igual, todo llegaría, ya nada lo podía parar, quería conocer el mundo y sus gentes.

Desde la mañana siguiente Anselmo empezó a relacionarse con el personal del Hotel, fue estupendo, toda una experiencia vital, podía hacerlo y lo hacía  porque quería hacerlo y nada ni nadie se lo iba a impedir, fue genial!.

Empezó a abrirse, todos dentro del Hotel lo llamaba por su nombre. Se sentía en su casa. Entraba en la cocina para felicitar a Roberto el cocinero e intercambiaban impresiones culinarias, mantenía interminables charlas  con Javi y Gerardo, los camareros del bar, sobre temas vacuos e insustanciales y aprendió un montón de cosas gays de mano de Óscar que resultó ser un tío divertidísimo con el que paso muy buenos momentos jugando a las cartas. Incluso llego a enamorarse de Irina, una de las chicas que limpiaban las habitaciones, pero no tenía ninguna posibilidad y él lo sabía, pero se enamoró que es lo que cuenta.

Y de repente sonó el teléfono de la habitación donde vivía Anselmo y donde Irina limpiaba.
-¿Digamelón?- contestó Anselmo. (Sin comentarios).
-Señor  Anselmo por favor ¿puede personarse en recepción?, tiene una visita.- Dijo Óscar.
-¿Quién es?- dijo Anselmo hurgándose la nariz y rascándose los huevos intermitentemente.
- ¿Señor Anselmo?, ¿me oye?, tiene una visita- repitió Oscar, con la voz monótona y aburrida que tiene un recepcionista de hotel tras 12 horas de trabajo por muy divertido y alocado que pueda llegar a ser en su tiempo de ocio.
- Sí, soy yo, ah! Que pasa maricón!, ahora mismo bajo. Quieres otra partidita ¿eh pájaro?.-contestó Anselmo emocionadísimo por la idea de pasar otro buen  rato con su amigo Óscar.

Colgó, cogió la baraja, se ató el albornoz y bajó a recepción para gozar de su nueva vida. Pero en el mismo instante que vió a su tía Merceditas increpando a Óscar con los ojos desorbitados su cara palideció y su boca enmudeció.

La octogenaria dejó de increpar al recepcionista, tomó aire y gritó, no sé si gritó mucho, todo lo que puede gritar una octogenaria con asma, pero para Anselmo fué como si se hubiesen abierto las puertas de infierno y el mismísimo Satanás le quemase el rostro con su aliento.


-¿pero qué haces aquí sobrino?, la policía dice que tu madre lleva muerta desde anoche en la casa, ¿por qué lo has hecho? - gritó la antediluviana anciana.
-no lo sé… no sé que he hecho…, ahora ésta es mi familia.-balbuceó Anselmo entre sollozos.
- ¿No lo sabes?, pues vas a tener que explicárselo a mucha gente, ¿y por qué leches llevas tu nombre pintado con rotulador en la pechera del albornoz?.

Y Anselmo cambió se mudó a un hotel, con peores cocineros y sin nadie de quien enamorarse porque nadie limpia su habitación. Pobre Anselmo.



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FIN.

El primer impacto de bala te destroza la rodilla derecha, la verdad es que no es tan doloroso como podrías haber imaginado, aunque solo has visto este tipo de cosas en las películas y ya se sabe lo que pasa en las películas.

Ahora mismo te duelen más los diversos cortes que tienes por los antebrazos y la cara, algunos son superficiales, otros más profundos, pero ninguno es mortal. También tienes tres dedos rotos de la mano izquierda, no sabes exactamente cuales, te duele toda la macho y está muy hinchada, pero lo que más te duele sin duda alguna es la boca, estás hablando de dolor físico claro, el golpe contra la encimera de granito de primera calidad ha hecho que ahora mismo escupas varios incisivos, mocos y sangre, seguramente también tienes el tabique nasal partido en varios pedazos, no lo sabes, no eres médico, pareces un cerdo el día de matanza, lo mejor sería poner algún tipo de cubeta bajo tu cabeza para que la sangre no se extienda demasiado por el suelo, adoras este suelo, baldosas de treinta por treinta color blanco nuclear no concibes una cocina de otro modo, el suelo tiene que ser blanco, hay que esforzarse más en limpiarlo pero da más luz y armonía, además te relaja limpiarlo, es tu paz interior.

Tumbado en el suelo, a través de la puerta entreabierta de la cocina en la que te encuentras, la cocina de tu casa, puedes ver los dos cadáveres tendidos en el pasillo, el parquet de madera natural esta empapado, si no se seca rápido se hinchara y eso si que es un problema, si esto llegase a ocurrir tendrían que lijarlo todo de nuevo o incluso cambiarlo y es horrible cuando hacen obras en casa porque se llena todo de polvo y normalmente los operarios traen la ropa y las botas sucias y se apoyan por todas partes y pisan donde no tienen que pisar sin inmutarse, no tienen la mas mínima consideración con tu hogar ni contigo.

Alguien va a tener que limpiar mucha sangre piensas, tiene que ser un trabajo horrible, sólo alguien como tú disfrutaría con eso, incluso las paredes están salpicadas de sangre y materia gris, a uno de los cuerpos le falta parte de la cara, parece que se la haya mordido algún roedor, pero ha sido el mismo cuchillo de cocina que te ha mordido a ti, esperas que si el cuchillo estaba previamente manchado por la sangre de otros no contenga enfermedades, cierras los ojos y visualizas el acero inoxidable limpio, reluciente y recién afilado, te imaginas lamiendo el filo, sientes el sabor del acero, te recuerda al poder, no al poder que da el dinero o la fama o la política, te refieres al poder de verdad, el de dar y quitar como una especie de dios, pero no sabes por qué, ahora da igual, son los últimos pensamientos de tu vida, aprovéchalos, no pienses en tonterías.

Llegados a este punto te paras a pensar en lo que dice la gente de estas situaciones, todo ese rollo del instinto de supervivencia, que las personas sometidas a este tipo de situaciones hacen lo imposible por vivir, sé positivo, piensa que puede haber alguna posibilidad, piensa que todo saldrá bien, que todo puede mejorar.
Pero los demás no son tú, tú sabes que nada va a salir bien y que nada va a mejorar, es el fin, déjate morir.

Te concentras en prepararte para la muerte, esperas ver pasar tu vida en imágenes a 24 fotogramas por segundo delante de tus retinas, pero esto no ocurre, ni ocurrirá, no a ti, en ti las cosas pasan de otra manera. Ahora te preocupa la suciedad, el pasillo, la encimera y el suelo de la cocina. Tras la discusión de ayer, cuando te acusaron de maniático de la limpieza y de no dejar vivir en paz a los demás te pusiste a limpiarlo todo a fondo compulsivamente y ahora está todo asqueroso, eso sí que duele.

El segundo disparo llega sin avisar, te atraviesa la mano izquierda, sí, la de los dedos rotos, la que esta hinchada como un guante de látex cuando se sopla dentro y se infla. Éste ha sido peor que el de antes, y eso que la bala es pequeña, hace un pequeño agujerito de 9 milímetros en tu mano, como un estigma. Puedes ver las cortinas, también sucias, a través de la pequeña mirilla, no te preguntas como quedaría tu mano tras varias operaciones quirúrgicas y largos meses de rehabilitación, no te lo preguntas por que ya da igual, vas a morir.

Tienes la cara empapada de sangre, de tu sangre, lo peor no es el olor a rancio ni el sabor dulzón, lo peor es que se te mete en los ojos, te escuecen y te impide ver con claridad. La sangre sigue manando a borbotones por todo tu cuerpo, el dolor es insoportable, intentas gritar pero no puedes casi ni respirar, intentas no ahogarte con la sangre, sólo puedes gruñir. Gruñes.

Ahora la pistola te apunta al estómago. Tarda unos segundo en producirse la detonación, segundos interminables por otra parte. Te recuerda a cuando te vas a quitar una tirita y sabes que vas a arrancarte algunos pelillos, o a la sala de espera del dentista, joder eso sí que es horrible, sabes que algo malo tiene que pasar pero el momento no llega, crees que las cosas malas deberían pasar rápido y sin avisar, te va a doler lo mismo y no pasas la angustia anterior, así puedes centrarte totalmente en el dolor sin distracción alguna.

Dicen que morir de un disparo en el estómago es de las muertes más dolorosas, sin duda duele, eso es verdad, pero no sabes si vas a morir de eso, puede que te desangres antes por el resto de agujeros y grietas que tienes abiertas por todo el cuerpo o puede que el cañón del arma vuelva a escupirte y te toque algún órgano vital y mueras instantáneamente, pero aquí no se trata de eso, se trata de que tú aguantes el máximo dolor posible, no sabes dónde está el límite, hubieras dicho que el límite estaba mucho antes y mira hasta dónde has llegado, lo estás consiguiendo.

Te empiezas a marear, has perdido mucha sangre, estás seco, en la reserva, sería una lástima perder el conocimiento ahora, perderte los últimos instantes de tu vida, los primeros de tu muerte, sería como dormirse durante el último corte publicitario de tu película favorita antes de saber que es tu película favorita.
Hay que tomar una última decisión, a partir de ahora todo va a ser lo último que hagas, en realidad hace un buen rato de eso, pero ahora te haces más consciente de ello.

Notas el cañón en la sien, todavía está caliente por el último disparo, está muy caliente, casi quema.
Cierras los ojos, por última vez, tragas saliva y sangre por última vez, respiras tu última bocanada de aire, te habría gustado que oliese a jazmín, o a lavanda, son los olores que corresponden a los limpiadores para el suelo de la cocina que usas habitualmente, lavanda entre semana y jazmín en fin de semana y festivos, sí, friegas la cocina cada día, hay días que dos o tres veces, depende de la gente que haya en casa y las veces que se use. Sin embargo hoy no sabrías decir a que huele, ¿así huele el dolor?, de lo que estás seguro es de que sabe a sangre.

Expiras por última vez, amartillas el percutor, presionas levemente con el dedo índice sobre el gatillo.
¿Y ahora quién va a limpiar todo esto?.


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EL TONTO DE MI BLOQUE

Casi todos tenemos un tonto en el bloque, esto es así desde que existen los bloques de pisos, que por cierto no sé a quien coño se le ocurrió la idea de apilar familias,  pero se quedó a gusto el/la muy cabrón/zorra.

Me imagino que como para todos, el de mi bloque me parece el más tonto, no le tengo ni cariño, me parece increíble que alguien así sea capaz de sobrevivir, creo que ni siquiera es consciente de que existe y si es consciente de eso, no es consciente de que no lo merece, no se lo ha ganado, no hace más que joder al personal todo el tiempo.

El muy capullo, Ismael se llama, se pasa todo el santo día gritando, gritando sin sentido, balbuceando en alto, no dice nada, pero grita, grita en la cocina, en el salón, en la terraza, allí donde se encuentre grita, sobre todo en la terraza, se pasa ahí las horas muertas, gritando.

Solo se calla un ratito cuando Raquel, que es con quien convive, y no sé cómo lo aguanta, se harta, le pega cuatro gritos y lo zarandea un poco, entonces se calla y llega la paz a mi hogar, me relajo, lo siento en todo mi cuerpo, caigo en una profunda calma y dejo que mi mente descanse…vivo y disfruto viviendo, nada me molesta, soy un diente de león que se deja llevar por el viento cuando ese chirrido vuelve a taladrarme otra vez, cada vez más fuerte, cada vez más fuerte.

Hay que poner fin a esta situación, he llegado a un punto en el que no me importa ser cruel, se trata de mi cordura, si hay que ser cruel, lo voy a hacer, y lo voy a hacer ahora.
Me levanto, respiro hondo, abro la puerta con vehemencia y enfilo las escaleras a paso ligero, vuelo por  las escaleras, soy un diente de león volando sobre los peldaños, vuelo hasta la puerta de Isma y Raquel, la golpeo con fuerza, con todas mis fuerzas, y grito, ahora soy yo quien grita hasta quedarme sin aliento, grito con toda mi alma.

– ¡Raquel, haz que se calle ese puto loro por favor!,…y déjame entrar para que llame al cerrajero que he salido de casa a toda ostia y me he dejado las llaves dentro.

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