Por la tarde, el cabreo con mi hermano pasó a un
segundo plano, me preocupaba mucho más lo que estaba pasándole a Jorge.
Me pasé
la tarde investigando en la red sin demasiado éxito. No encontré posibles
causas médicas para lo que estaba ocurriendo. Solo encontré fotos
desagradables, historias de vampiros, de hombres lobo y algo de información de
una enfermedad llamada el síndrome de Prader Willi, que al parecer, hace que el
enfermo en cuestión siempre sienta hambre, siempre, aunque se acabe de comer un
ñu.
A simple vista no había más síntomas
que el hambre insaciable de mi hijo... y lo del canibalismo espontaneo, así que
nada encajaba demasiado. De todas formas, mandé algunos mails pidiendo
información.
Apenas hablé en toda la tarde. Julio y Jorge estaban
jugando a un videojuego de matar personas. A Julio se la sudaba todo. Le daba
todo igual y no entendía nada, era totalmente incoherente, pero siempre parecía
feliz. Hoy podía adorar al sol y al dios del sexo por la mañana y a Sony y
Coca-Cola por la tarde. Su sobrino era
un puto asesino caníbal y el estaba ahí jugando tranquilamente, como si nada.
Cuando se me hincharon los huevos lo suficiente se lo dije.
- -¿Tan
idiota eres que te puedes pasar la tarde ahí como un adolescente sin
preocuparte de nada? Me das pena.
- -
Eh...
déjalo fluir. Las cosas al final siempre se arreglan solas. – contestó sin
apartar la vista de la pantalla.
- - ¿Qué?
¿Pero tú eres tonto? ¿Ese ejemplo quieres dar a tu sobrino? Escúchame, la
policía nos estará buscando, si nos
encuentran estamos jodidos.-
Durante unos segundos aguardé alguna respuesta por
su parte y me lo quedé mirando, pero él no me miraba a mí. Estaba en otra cosa.
Yo me enfade más. Hasta que dio un salto del sofá agitando el mando de la
consola y gritando: ¡Toma, en toda la puta cara! -Entonces, se reanudó la
conversación.
- -
¿Por
qué coño va a venir la policía papa? –me dijo mi hijo sin apartar la vista del
menú donde elegía las armas con las que se equiparía en la siguiente ronda de asesinatos
virtuales.
- -
¡Como
qué coño, joder! ¡Ya me tenéis arto!, no digas tacos. Apaga esa cosa y a tu
cuarto.
-¡La culpa es tuya que le enseñas a hablar mal, hostias! –grité
señalando a Julio.
- -
Pero
si aquí no tengo cuarto. -me corrigió mi hijo.
- -
Me
da igual, sube arriba y nos dejas un rato hablar a los mayores.-
Jorge, muy obediente, subió las escaleras. Julio
habló, pero no parecía que me hablase a mí. Le habla a la pantalla mientras
toquiteaba el mando a distancia y ponía la MTV.
- - Estate
tranquilo por eso, la policía no va a venir aquí. –se lo dijo a las negras que estaban
moviendo el culo en la pantalla a ritmo de música rap o lo que fuera aquello.
No dije nada. Suspiré y me dejé caer hacia atrás en
el sofá.
- -
Estoy
metido en una especie de empresa. Ahora soy un joven emprendedor. – me dijo muy
serio.
- -
Lo
de joven… - le contesté con una sonrisilla irónica. Julio se rió.
- - La
verdad es que lo lleva todo mi socio. Yo le dejo una habitación de la casa y el
reparte conmigo los beneficios y mantiene alejada a la policía.– me confesó en
voz baja, tapándose la boca y mirando a los lados como si alguien nos vigilase.
- - ¿Por
qué hay un candado en la habitación de los abuelos?- gritó el niño desde la
planta superior.
- -
¡mmmmmmmmmmm!
¡mmmmmmmmmmm!- acertó a murmurar el imbécil de mi hermano a la par que se ponía
muy tenso.
-
- ¿Por
qué sale luz por debajo de la puerta?
- -
¡mmmmmmmmmmmmm!
– gimió ahora levantándose de su asiento y alternando su mirada rápidamente
entre mi jeta y las escaleras.
Yo simplemente negaba con la cabeza y cruzaba mis
brazos sobre mi pecho, mientras pensaba en la tripa que había echado
últimamente. Joder, mis brazos se apoyaban en mi panza. Era comodísimo.
- -¡Creo
que es una especie de vórtice bidireccional con otra dimensión! ¡o un túnel espaciotemporal…!
¡No sé si ir hacia la luz papá!- desvariaba mi hijo como solo lo hacen los
niños de doce años mientras pegaba su oreja a la puerta sellada.
Mi hermano, me contó que, un tío al que llamaba
Robin, tenía una plantación hidropónica en el cuarto de nuestros difuntos
padres. Que él lo gestionaba todo, como si fuese una subcontrata. Que la
empresa se llamaba Telegrass porque hacia repartos a domicilio. Según él, producía
la mejor Marihuana de la ciudad. La envasaba al vacío y la transportaba en
bicicleta al cliente final, incluso tenía un puto 902 para recibir los pedidos.
También me contó que era el novio de un comisario de
la policía nacional que estaba al tanto de todo y recibía su parte. Me dijo que
era un negocio seguro. Que las mafias y los carteles estaban demasiado ocupados
con sus cocaínas y sus heroínas y sus drogas de diseño como para meterse en
este negocio. Por lo menos de momento, era un sector donde no existía la
competencia violenta, el mercado era muy amplio y había sitio para todos. También
es cierto que el beneficio económico era inferior al que se podía conseguir con
otras drogas, pero con esta no tenia por que morir nadie.
Al principio me pareció mal. Ilegal=mal. Luego pensé
que la casa también era mía y podía sacar tajada de la situación. Ilegal=pasta.
Mis abuelos eran de Soria.
Pedí mi parte y Julio me la negó. Amenacé con
chivarme a la policía. El hizo lo mismo. Nos reímos. Nos abrazamos. Después de
muchos años, nos abrazamos. Yo me eché a llorar, no soportaba la situación.
Nada estaba bajo control. Mi hermano menor me consoló. Me dijo al oído que no
me preocupase, que todo saldría bien, que hablaríamos con mi ex y con un médico.
Me dijo que estaríamos todos bien dentro de poco. No le creí. Pero me calmé. Sonó
mi móvil y rompió el momento mágico.
Numero privado.
-
-¿Sí?
– contesté.
-
- Buenas
tardes señor Cabrejas, le llamo de la SPAH para concertar una cita con usted y con
su hijo lo antes posible. –dijo una amable voz femenina.
-
-¿De
la que?- pregunté.
- -De
la Ese-Pe-A-Hache. – me deletreó lentamente la voz que parecía pertenecer a una
chica joven. Le eché veinticinco tacos y me la imaginé delgada, morena, vestida
totalmente de negro, con gafas de pasta y coleta. Y con una sonrisa muy
agradable.
Me quede un poco en blanco. Dije que no sabía.
-
-No
sé. No se…
Fue raro. No supe ni que preguntarle. Dije que sí,
que acudiríamos. Quedé con ella para la mañana siguiente. Dijo que fuese con mi
hijo. Me dio la dirección de una oficina en el centro. En el paseo Sagasta. Flipé.
Se lo conté a mi hermano y me dijo que no llevase a
Jorge, que él lo cuidaría, que le sonaba un poco extraño. Le di la razón y
seguí flipando.
-
-¿Qué
coño está pasando?- Dije tapándome la cara con las manos.
Cuando aparte las manos y abrí los ojos, Jorge
estaba frente a mí. Tiene el don de aparecer de la nada cuando menos te lo
esperas
- -
Has
dicho coño. – Me dijo con cara de indignación.
Volví a cerrar los ojos, me tape la cara de nuevo con
ambas manos, resoplé y pensé: ¡Mierda, joder, coño!
***