jueves, 7 de junio de 2012

Telegrass (El autoestoinguista III)


Por la tarde, el cabreo con mi hermano pasó a un segundo plano, me preocupaba mucho más lo que estaba pasándole a Jorge.

Me pasé la tarde investigando en la red sin demasiado éxito. No encontré posibles causas médicas para lo que estaba ocurriendo. Solo encontré fotos desagradables, historias de vampiros, de hombres lobo y algo de información de una enfermedad llamada el síndrome de Prader Willi, que al parecer, hace que el enfermo en cuestión siempre sienta hambre, siempre, aunque se acabe de comer un ñu. 

A simple vista no había más síntomas que el hambre insaciable de mi hijo... y lo del canibalismo espontaneo, así que nada encajaba demasiado. De todas formas, mandé algunos mails pidiendo información.

Apenas hablé en toda la tarde. Julio y Jorge estaban jugando a un videojuego de matar personas. A Julio se la sudaba todo. Le daba todo igual y no entendía nada, era totalmente incoherente, pero siempre parecía feliz. Hoy podía adorar al sol y al dios del sexo por la mañana y a Sony y Coca-Cola por la tarde.  Su sobrino era un puto asesino caníbal y el estaba ahí jugando tranquilamente, como si nada. Cuando se me hincharon los huevos lo suficiente se lo dije.

-     -¿Tan idiota eres que te puedes pasar la tarde ahí como un adolescente sin preocuparte de nada? Me das pena.

-       - Eh... déjalo fluir. Las cosas al final siempre se arreglan solas. – contestó sin apartar la vista de la pantalla.

-      - ¿Qué? ¿Pero tú eres tonto? ¿Ese ejemplo quieres dar a tu sobrino? Escúchame, la policía nos estará buscando,  si nos encuentran estamos  jodidos.-

Durante unos segundos aguardé alguna respuesta por su parte y me lo quedé mirando, pero él no me miraba a mí. Estaba en otra cosa. Yo me enfade más. Hasta que dio un salto del sofá agitando el mando de la consola y gritando: ¡Toma, en toda la puta cara! -Entonces, se reanudó la conversación.

-        -  ¿Por qué coño va a venir la policía papa? –me dijo mi hijo sin apartar la vista del menú donde elegía las armas con las que se equiparía en la siguiente ronda de asesinatos virtuales.

-       -  ¡Como qué coño, joder! ¡Ya me tenéis arto!, no digas tacos. Apaga esa cosa y a tu cuarto. 

     -¡La culpa es tuya que le enseñas a hablar mal, hostias! –grité señalando a Julio.

-        -  Pero si aquí no tengo cuarto. -me corrigió mi hijo.
 
-         - Me da igual, sube arriba y nos dejas un rato hablar a los mayores.-

Jorge, muy obediente, subió las escaleras. Julio habló, pero no parecía que me hablase a mí. Le habla a la pantalla mientras toquiteaba el mando a distancia y ponía la MTV.

-    - Estate tranquilo por eso, la policía no va a venir aquí. –se lo dijo a las negras que estaban moviendo el culo en la pantalla a ritmo de música rap o lo que fuera aquello.

No dije nada. Suspiré y me dejé caer hacia atrás en el sofá.

-       - Estoy metido en una especie de empresa. Ahora soy un joven emprendedor. – me dijo muy serio.

-           - Lo de joven… - le contesté con una sonrisilla irónica. Julio se rió.

-       - La verdad es que lo lleva todo mi socio. Yo le dejo una habitación de la casa y el reparte conmigo los beneficios y mantiene alejada a la policía.– me confesó en voz baja, tapándose la boca y mirando a los lados como si alguien nos vigilase.

-     - ¿Por qué hay un candado en la habitación de los abuelos?- gritó el niño desde la planta superior.

-         - ¡mmmmmmmmmmm! ¡mmmmmmmmmmm!- acertó a murmurar el imbécil de mi hermano a la par que se ponía muy tenso.

-          - ¿Por qué sale luz por debajo de la puerta?

-         - ¡mmmmmmmmmmmmm! – gimió ahora levantándose de su asiento y alternando su mirada rápidamente entre mi jeta y las escaleras.

Yo simplemente negaba con la cabeza y cruzaba mis brazos sobre mi pecho, mientras pensaba en la tripa que había echado últimamente. Joder, mis brazos se apoyaban en mi panza. Era comodísimo.

-  -¡Creo que es una especie de vórtice bidireccional con otra dimensión! ¡o un túnel espaciotemporal…! ¡No sé si ir hacia la luz papá!- desvariaba mi hijo como solo lo hacen los niños de doce años mientras pegaba su oreja a la puerta sellada.

Mi hermano, me contó que, un tío al que llamaba Robin, tenía una plantación hidropónica en el cuarto de nuestros difuntos padres. Que él lo gestionaba todo, como si fuese una subcontrata. Que la empresa se llamaba Telegrass porque hacia repartos a domicilio. Según él, producía la mejor Marihuana de la ciudad. La envasaba al vacío y la transportaba en bicicleta al cliente final, incluso tenía un puto 902 para recibir los pedidos.

También me contó que era el novio de un comisario de la policía nacional que estaba al tanto de todo y recibía su parte. Me dijo que era un negocio seguro. Que las mafias y los carteles estaban demasiado ocupados con sus cocaínas y sus heroínas y sus drogas de diseño como para meterse en este negocio. Por lo menos de momento, era un sector donde no existía la competencia violenta, el mercado era muy amplio y había sitio para todos. También es cierto que el beneficio económico era inferior al que se podía conseguir con otras drogas, pero con esta no tenia por que morir nadie.

Al principio me pareció mal. Ilegal=mal. Luego pensé que la casa también era mía y podía sacar tajada de la situación. Ilegal=pasta. Mis abuelos eran de Soria.

Pedí mi parte y Julio me la negó. Amenacé con chivarme a la policía. El hizo lo mismo. Nos reímos. Nos abrazamos. Después de muchos años, nos abrazamos. Yo me eché a llorar, no soportaba la situación. Nada estaba bajo control. Mi hermano menor me consoló. Me dijo al oído que no me preocupase, que todo saldría bien, que hablaríamos con mi ex y con un médico. Me dijo que estaríamos todos bien dentro de poco. No le creí. Pero me calmé. Sonó mi móvil y rompió el momento mágico.

Numero privado.

-          -¿Sí? – contesté.
-          
           -  Buenas tardes señor Cabrejas, le llamo de la SPAH para concertar una cita con usted y con su hijo lo antes posible. –dijo una amable voz femenina.

-          -¿De la que?- pregunté.

-        -De la Ese-Pe-A-Hache. – me deletreó lentamente la voz que parecía pertenecer a una chica joven. Le eché veinticinco tacos y me la imaginé delgada, morena, vestida totalmente de negro, con gafas de pasta y coleta. Y con una sonrisa muy agradable.

Me quede un poco en blanco. Dije que no sabía.

-          -No sé. No se…

Fue raro. No supe ni que preguntarle. Dije que sí, que acudiríamos. Quedé con ella para la mañana siguiente. Dijo que fuese con mi hijo. Me dio la dirección de una oficina en el centro. En el paseo Sagasta. Flipé.

Se lo conté a mi hermano y me dijo que no llevase a Jorge, que él lo cuidaría, que le sonaba un poco extraño. Le di la razón y seguí flipando.

-          -¿Qué coño está pasando?- Dije tapándome la cara con las manos.

Cuando aparte las manos y abrí los ojos, Jorge estaba frente a mí. Tiene el don de aparecer de la nada cuando menos te lo esperas

-         - Has dicho coño. – Me dijo con cara de indignación.

Volví a cerrar los ojos, me tape la cara de nuevo con ambas manos, resoplé y pensé: ¡Mierda, joder, coño!

***