lunes, 16 de enero de 2012

El AutoStopinguista.

Estaba anocheciendo cuando me encontré con el autoestopinguista, antes de parar, miré por el retrovisor y me cercioré de que mi hijo Jorge estaba profundamente dormido,  parece mentira que ya haya cumplido los doce años, como crece el condenado.

El caso es que paré, no sé por qué, no suelo hacerlo por lo que pueda pasar, pero esta vez me salté mis normas, igual fué que el joven autoestopinguista, de unos 20 años de edad, me recordó a mi juventud, o tal vez me dió el puntazo, da igual.

El joven, que resultó llamarse Raúl, había pasado en Jaca el fin de semana con unos amigos y había perdido el autobús para Huesca.
Supuse que el pestazo a marihuana que portaba, podía tener algo que ver con la pérdida de dicho medio de transporte y que contribuyó en gran medida a que el chaval se quedase sopa a los pocos kilómetros de nuestro viaje hacia el sur.

Este hecho me llevó a preguntarme por qué hay gente que sube a la montaña, con la excusa de respirar aire limpio, para llenarse los pulmones de humo y embotarse el cerebro a base de thc, otra gran incógnita de la humanidad.

Ya era de noche cuando paramos a repostar, quedaban pocos kilómetros para el destino de Raúl y algunos más para el nuestro, pero el coche necesitaba combustible y yo cafeína.

Estaban los dos dormidos como un zapato, así que pasé de despertarlos, llené el depósito entre bostezos y rascadas de huevos, entré en la tiendecita y compré una de esas bebidas energéticas con grandes dosis de sustancias tóxicas, dos botellas pequeñas de agua por si los angelitos se despertaban con sed y me dirigí a la caja.

-Serán cincuenta y ocho euros con cuarenta y cinco, ¿le apetece una caja de naranjas?. -dijo la amable cajera.

¿Para qué cojones voy a querer yo una caja de naranjas ahora pánfila?, pensé.

-No gracias, muy amable.- contesté.

- ¿Un decimito de lotería?, ésta es de la que toca. -Insistió la cajera.

Deme todos los décimos que tenga  ahora mismo, si los acompaña con una declaración jurada y por escrito donde diga que va a tocar, así si no toca, la denunciaré y haré que se pudra en la cárcel por maldita estafadora. Ésto sólo lo pensé, pero me dije que lo escribiría, me hizo gracia, seguro que jamás lo escribo.

-No gracias señorita…

-¡Señora!

-¿Qué?.

-Que soy señora, no señorita.

-Ah…. Pues no, no  quiero nada más, no quiero absolutamente nada más gracias.- Dije haciendo especial énfasis en absolutamente nada.

Salí de la tienda con cincuenta y ocho euros con cuarenta y cinco  menos, sin naranjas, sin lotería y sin ganas de que me tocasen los cojones.

Cuando llegue al coche, Pedro no estaba, pero Jorge sí, con los ojos entreabiertos, uno más que otro.

-¿Dónde está Pedro?.-pregunté flipando.

-¿Quién?-contestó Jorge mientras se frotaba los ojos.

-Raúl, ¡quién va a ser!.-dije.

-Has dicho Pedro.- me corrigió mi hijo.

-He dicho Raúl…bueno el chico que había aquí, ¿dónde está?.-dije mientras empezaba a irritarme.

-No sé…, se ha ido.-Contestó Jorge dubitativo.

Aquí viene cuando me cabreo de verdad, la cajera no ha tenido nada que ver con el motivo, quizás si con el nivel de enfado, porque venía con las pelotas tocadas de la tienda, pero desde luego no con el motivo.

-¡Lo has vuelto a hacer!- grité desaforadamente a mi hijo.

-No papa, te lo prometo.- se defendió Jorge mientras se tapaba la cabeza con las manos, como si fuese a pegarle, cosa que jamás haría, aunque a veces no me falten ganas.

-¡Sí!, lo has hecho.-dije con voz de ultratumba y los ojos desorbitados.
Jorge se quedó mudo.

Abrí la puerta del copiloto y empecé a buscar rastros, encendí la luz interior del coche, acerqué mi cara a escasos centímetros del asiento y ahí estaba la prueba.

Dos minúsculas gotitas en la tapicería de ínfima calidad de mi coche. Las toqué con la yema del dedo índice. Estaba claro, sangre fresca.

Apagué la luz, cerré la puerta y subí a mi asiento, arranque y puse kilómetros de por medio.
Pasados unos minutos ya estaba más calmado, era el momento de reprender a mi hijo por lo que acababa de hacer.

-Hijo. ¿Qué has hecho con el cuerpo?. Sabes que a papá no le gusta que dejes por ahí tirados los cadáveres.- pregunté, afirmé y reprendí al mismo tiempo.

-Es que…- dijo Jorge a la par que sorbía mocos.

-¡Es que, qué!. ¿A ver, qué?-  cacareé yo.

- Es que…su aroma…, no sé qué paso para…ese aroma me dio mucha hambre, tenía mucha hambre y me lo comí entero.

Joder, pensé, ahora me comería una naranja.


Furthur.

Para comenzar unas leves risillas, una especie de espera. Esperábamos algo pero no sabíamos muy bien qué.

Tomando posiciones sin precaución, comenzamos a sentir como se hinchaba y deshinchaba, subía y bajaba.
Se hinchaban brazos y piernas, manos y pies, los ojos.
Para entonces ya sabíamos que no habíamos llegado, pero ya estábamos comenzando a atravesar la fina pero densa cortina que nos separaba del otro lado de toda la verdad. Pero aún no, ni siquiera formábamos parte de todo aún, solo éramos dos. En una de las ocasiones, al hinchar, notamos como una delgada retícula invisible para los vivos, comenzaba a crecer bajo nuestros párpados y cómo unos diminutos seres muertos, curtían las pieles con las que amplificar nuestros oídos.

La música nos acompañó todo el camino, como una especie de ancla con la realidad habitual, un volver, un retazo de cordura y de recuerdo de que un día fuiste “tú”. Sólo al cruzar con la punta de los dedos dejas el tú, eres nosotros o en todo caso, todo. La decisión está tomada y no hay marcha atrás, puede que se clavasen pequeñas esquirlas de miedo superficial al empezar a meter la cara y que innumerables flashes absolutamente cegadores, del azul más intenso, cruzasen nuestros cerebros a velocidad de blanco y negro. Pero no había por qué temer. Un brusco lanzamiento nos catapultó como una exhalación hacia allí.

Para cuando llegamos, la música se había solidificado y pudimos esculpirla a nuestro antojo. Jugamos con el ruido y lo pintamos de negro vacío con pinceles auditivos y cabezas de viejas estatuas Aztecas. Cuando éstas dejaban de brotar, podíamos ver a lo lejos, muy a lo lejos, el pánico danzante que nos rondaba desde lo alto y amenazaba con atraparnos para siempre. Justo entonces la escultura volvía a música y llorábamos por todo, pero no por cualquier cosa.

No estuvimos días o semanas, cuando formamos parte de todo, no teníamos tiempo para contar, ni tiempo que medir, nada mide, nada es, nadie existe, todo y todos somos todo. Yo quería estar en México, y lo estuve aunque no fuese yo o tú. Vislumbramos todas las respuestas, la verdad, pero no nos interesó. Conversamos con los Dioses en los que no creemos, y sí, los desafiamos. Reímos, lloramos, sentimos todo lo que no se puede sentir y volvimos de repente con las manos vacías.

No recordamos la vuelta, o quizás no la queremos recordar. Pasa siempre en los buenos viajes, cuando los recuerdas en la distancia, no te acuerdas del interminable y tedioso camino de vuelta a casa, sino de lo que paso allí.

¿Quién te has creído que eres?

-¿Quién te has creído que eres?. ¿Crees que puedes ir así por la vida?. No te das cuenta de las consecuencias de tus actos Iván, así no podemos seguir. Estás acabando con todo, con tu familia, con la sociedad y con todo el puto planeta Iván, no puedes ser tan cruel. Si todos nos comportásemos así, el mundo acabaría siendo un sitio horrible. ¿No te das cuenta?. En pocos días el mundo seria insostenible, se colapsaría, la gente no sabría que hacer y las escaladas de violencia serian históricas. Se terminaría el mundo como lo conocemos Iván. Tienes que pensarlo un poco, nos mataríamos unos a otros, por no hablar de saqueos y violaciones por doquier.  Sería el caos total y absoluto, en poco tiempo viviríamos como salvajes, piénsalo, visualízalo!. La magia negra del Vudú lo invadiría todo, estas faltando al equilibrio del bien y del mal. Date cuenta Iván hijo mío, el mundo estaría envuelto en las sombras antes de lo que imaginas, los alienígenas aprovecharían ese momento de debilidad para matar a papa Noel. Podrías llegar a tu casa y encontrarte amordazados y disfrazados con máscaras de ex presidentes a tus pobres  padres en el suelo de la cocina, porque alguien ha entrado para lamer los marcos de las puertas. Podrías entrar un día en tu cuarto y que se te hayan cagado en la colcha. Imagina la sensación de coger el correo orinado cada día del buzón, eso si es que llega el maldito correo. ¿No te das cuenta?. No, no te das cuenta, no lo estas visualizando. Imagina la sangre corriendo calle abajo, imagina los animales fugados del zoo violando a los transeúntes, imagínalo… y todo por tu culpa!.

Venga Iván, basta. Vete a tu cuarto, y que sea la última vez que gastas todo el agua del calentador.
(Tampoco pensaba ducharme.)