domingo, 1 de abril de 2012

Julio. (El autoestopinguista II)


 La situación se estaba agravando, eso estaba claro. Pero, ¿a qué problema nos enfrentábamos?.

Había perdido el control sobre mi hijo, que acababa de devorar a una persona y los pensamientos negativos se amontonaban en mi cabeza. Íbamos escuchando la COPE, igual tuvo algo que ver. Estaba sumido en un tumulto caótico de preguntas sin respuesta en mi cabeza, cuando Jorge me dijo que se cagaba.

• Estamos llegando cariño, aguanta un poco, solo faltan unos kilómetros. – Dije.

• No puedo papa, me aprieta mucho.

Lo miré por el retrovisor. Sin duda no mentía, ya conocía ese gesto en su cara. Cierra levemente los ojos y pone la boca como si estuviese degustando algo demasiado amargo para su joven paladar. Eso significa caca, aquí y ahora.

Paré en la cuneta casi a la entrada de Zaragoza. Bajamos del coche y nos alejamos unos metros de la carretera, donde nadie pudiera vernos.

Se bajó los pantalones, se acuclilló y puso una enorme y apestosísima mierda de tamaño indescriptible. Me quedé boquiabierto. No solo el tamaño y el hedor que desprendía eran increíbles, sino también su textura. Parecía muy dura a simple vista y estaba mezclada con huesos rotos y trozos enteros de carne sin digerir. También me pareció ver un reloj de pulsera Casio y trozos de tela sintética de color azul eléctrico, de lo que parecía el forro polar de la marca Trango que vestía el autoestopinguista.

Volvimos al coche. Jorge no hablaba. Daba la impresión de que estaba dolorido y no era para menos. Ahora olía a mierda dentro del coche. Olía mucho.

Le pregunte a mi hijo si se había ensuciado los pantalones, a lo que me contesto con una negativa. Así que por eliminación, yo había pisoteado parte del pastel. Me descalcé y tire los zapatos por la ventanilla. Tenía que ser pragmático, estaba con la mierda al cuello, pero prefería que no fuese tan avidente, además, llevávamos algo de ropa en el maletero, no era una mudanza al uso, pero teníamos todo lo necesario para pasar algún tiempo fuera de casa

Hacía años que no veía la ciudad, estaba muy cambiada, en realidad estaba tan cambiada que no la vi. Entre por la Z40, lo que antes era un pinar de mil pares de huevos. La verdad es que fue rápido y cómodo. Pensé que quizás deberían quitar el resto de pinos para construir una especie de mega-macro-ultra-centro- comercial-de-mierda. Unos metros más adelante, comprobé que alguien lo había pensado antes que yo y que ya tenían a los cuatro pinos que quedaban sitiados por el cemento y las transacciones comerciales. Renovarse o morir, les dije en voz baja a los pinos.

Entramos en el barrio donde me crié. Estaba diferente, pero mantenía esa esencia de naturalidad, esa paz, que se solo se encuentra en los barrios obreros o en los pueblos pequeños. Olía como siempre. No olía a mierda.

Aparcamos en la esquina de la calle peatonal en la que se encontraba la casa de mis padres, que en paz descansen. Una pequeña casa, en una pequeña calle de un pequeño barrio, rodeada de casitas del mismo estilo gris y austero. Este terreno, ahora mismo tiene que costar una fortuna, pero casi todos los propietarios son jubilados o jipis y no quieren vender, podríamos hacer un buen negocio cuando mueran todos, pensé. Bajamos del coche.

• Cierro el coche.- Dije.

Esto siempre lo digo en voz alta, porque si no, a los tres pasos, empiezo a preguntarme si lo he cerrado o no, y le doy al los botoncitos del maldito mando repetidas veces hasta que ya es imposible saber si está abierto o cerrado, entonces me acerco e intento abrir alguna puerta. Mi hijo debe de pensar que soy imbécil.

Ante la puerta, me pregunto si debo llamar o entrar directamente, al fin y al cabo también es mi casa, la mitad me corresponde según el abogado familiar.

Miro la pequeña casa de dos plantas, miro las casas vecinas, están todas apretadas. Necesitan que les pinten la fachada y les pongan flores en las ventanas para que se sientan más alegres, mi madre siempre decía que es importante tener a la casa contenta por dentro y por fuera, que se sienta guapa.

Me sacudí los calcetines en la alfombrilla y entré sin llamar. A estas alturas no voy a dejar de putear al idiota de mi hermano.

La puerta de entrada va a parar directamente a un saloncito que tiene accesos a la cocina y al baño de la planta inferior, así como las escaleras que suben al piso de arriba donde se encuentran las tres habitaciones y el otro baño. La casa parece solitaria y está bastante desordenada. Entro en la cocina y enciendo la luz, el fregadero está sepultado por los cacharros sucios, apenas se ve la encimera ni la mesa donde antaño comíamos toda la familia, me pregunto cómo se puede ser tan guarro.

En la parte opuesta a la puerta de entrada de la cocina, hay un pequeño patio interior de unos 50 metros cuadrados, que cuando mi madre vivía, estaba rebosante de plantas y flores de todo tipo. Ahora estaba lleno de cachivaches, bicicletas desmontadas y chatarra, aquello parecía el reactor de la central de Chernóbil el día del accidente.

Subimos arriba, observé que en una de las habitaciones habían puesto un candado. Me mosqueé un poco. Di dos breves toques en la puerta de Julio y entré. Eran las 22:30 y el vago de los cojones estaba en la cama.

• ¡Eh¡ ¡Despierta gandul!.- Grité a la vez que daba atronadoras palmadas al lado de su oreja. Puedo llegar a ser muy desagradable, lo sé.

Abrió un ojo rojo.

• ¿Qué coño pasa? Balbuceó el inútil de mi hermano.

• ¡Hemos venido a verte tío!- Gritó Jorge mientras se abalanzaba sobre la cama para dar un abrazo a su tío preferido. Su único tío.

• Julio, tenemos que hablar, esto es serio. Pégate una ducha, hueles que apestas. Te espero en la cocina.- Dije serio, con actitud de padre.

• No me gusta desperdiciar el agua de la madre tierra, ni perder mi olor que es mi identidad. Además tú tampoco hueles demasiado bien.- Me replicó con chulería y manteniendo un solo ojo rojo abierto.

¡Zas!, le calcé un tortazo bastante potente en mitad de la cara, su cabeza rebotó en la almohada y abrió el otro ojo, mas rojo todavía, de golpe.


• No tengo tiempo para payasadas, no me hables así, soy tu hermano mayor. Dúchate o no te duches pero baja ya. – Gruñí mientras le apuntaba con mi dedo de amenazar

Bajamos a la cocina y preparé algo de café para mí y leche para el niño. A los pocos minutos bajó Julio con cara de zombi y ataviado con tan solo un batín de seda rojo sin abrochar.

• ¡Tapate un poco joder! -Dije mientras tapaba los ojos de mi ruborizado hijo.

• No te avergüences de lo que la naturaleza nos ha dado, solo es un pene.- Dijo mientras se ataba el batín, apartaba algunas latas de cerveza de la encimera y se sentaba sobre ella.

• No me vengas con chorradas. ¿Por qué esta todo lleno de mierda?, y ¿Qué coño ha pasado en el patio?, ¿Qué es toda esa chatarra?

• El desorden es por la fiesta de anoche, mañana es mi bautizo tántrico. Y lo del patio es un proyecto de Madreselva, está haciendo una escultura con materiales de desecho que simboliza el sufrimiento animal. – Respondió.

Tomé aire, me senté en una de las sillas de la cocina y mandé a Jorge a ver la tele.

• ¿Qué estás diciendo?, ¿qué es eso de Madreselva?, ¿Estas drogado?- Solo había preguntas por mi parte.

• No. – Dijo.

Lo mire a los ojos.

• Bueno quizás un poco de ayer. ¿Te acuerdas de Laura? Aquella chica con la que estuve hace unos años que me dejo por qué se hizo lesbiana. La rubita. – Me dijo sonriente.

• Sí, me acuerdo vagamente, la que intentaba a toda costa sobar a mi ex mujer.- Añadí.

• Esa. Pues no te lo pierdas. Se hizo naturista, se cambio el nombre por Madreselva y dejó lo del lesbianismo para estar conmigo. Ahora yo me llamo Magma. Qué te parece.- Dijo muy ilusionado.

• Desde luego eres idiota. En fin… Mira Julio. Sabes que yo no confió en ti. Sabes que no te soporto. Pero ahora te necesito. Esto es importante.

• ¿No me soportas? – Dijo abriendo los ojos y sonriendo burlonamente.

• No hagas eso, sabes que me irrita. Tenemos que quedarnos aquí unos días, a tu sobrino le están pasando cosas raras.- Le expliqué.

• Vamos Juanca. Tiene doce años, es normal que se la machaque. -Contestó con cara de sabelotodo.

• No es eso capullo, y no me llames Juanca, me llamo Juan Carlos. Hace unos días mordió a un niño en el colegio, le pego un buen bocado en la pierna, le pusieron puntos. Al principio no le di demasiada importancia, pensé que sería por lo de la separación, porque echaba de menos a la guarra de su madre, estrés o yo que sé, y lo mande al psicólogo. Al hijo de la Puri.

• ¿El gordo borracho? – Me preguntó.

• No, ese se despeñó el año pasado, el otro, el enano calvo patizambo con cara de yo no fui. Bueno, la cuestión es que también le mordió a él. Lo saqué del colegio e intenté contactar con mi ex, que estaría con el baboso belga ese follando en Barbados o en Mykonos, pero no la localicé.

• Bueno, puede que no sea tan grave. – Me interrumpió.

• Empezaron a desaparecer corderos y cerdos Julio.

• Magma.- Dijo seriamente.

• ¿Qué?- Pregunte levantando las palmas de las manos y poniendo cara de comer limón.

• Ahora me llamo Magma.- Repitió.

• Escúchame coño. Hemos venido aquí porque la gente en el pueblo empieza a cuchichear. Y de camino, tu sobrino se ha comido a un autoestopinguista de 60 kilos y luego lo ha cagado.

• Se dice autoestopista, y ahora el drogado pareces tú.- Volvió a corregirme.

Me levanté enérgicamente y ¡Zas!, con la misma mano, en la misma mejilla.

• ¡Joder para ya!– Me dijo agarrándose la cara con las dos manos.

• Te estoy pidiendo ayuda Julio, no sé qué hacer.

Continuamos nuestra charla hasta que conseguí que me creyese. La única conclusión a la que pudimos llegar, fue que todos debíamos descansar. Así que nos instalamos en mi antigua habitación, que ahora era el taller de pintura de la ex lesbiana naturista, donde no fui capaz de encontrar ninguna pintura acabada, estaba todo a medias. Suerte que había un colchón de espuma donde pudimos dormir los dos apretados.

Por la mañana, bien temprano, la casa seguía sucia y desordenada, pero con la irrupción de los rayos del sol, mantenía su encanto y me hizo recordar mis años de niñez. Recordé cuando daba collejas a mi hermano en el salón, cuando le daba collejas en la cocina, collejas en el baño y en las escaleras… Una infancia feliz, por lo menos para mí.

Para cuando salí al patio con mi café soluble matutino, Julio ya estaba tomando el sol en bolas. Me contó, que estaba siguiendo una corriente que se basa en alimentarse solo del sol y de algunos líquidos, y que había gente que llevaba años viviendo así, y que era mejor para la naturaleza y el cuerpo y la meditación y el sexo y no sé qué películas más.

La cuestión era que como ya no podía sangrar a mis padres, ahora quería mangonear al sol para que este lo alimentase, y así poder seguir cursando segundo de veterinaria por los siglos de los siglos. Levaba casi 10 años en la facultad y todavía estaba en segundo con asignaturas pendientes de primero. He de reconocer que tiene su merito aprobar algunas asignaturas de primero sin abrir un libro.

Cuando le dije que cuidase de su sobrino y limpiase la casa mientras yo me acercaba a algún súper a comprar provisiones, me dijo que le comprase los cereales de la rana y me volvió a llamar Juanca, a lo que yo le conteste que me diese la pasta por adelantado o solo le compraría rayos de sol en conserva, que ya estaba bien de vivir del cuento con casi 30 tacos, que se buscase un trabajo y que se estaba fundiendo toda la herencia en vivir como un beatnik.

Seguramente el estaba tan cansado de escucharlo como yo de decirlo.

Fui al súper e incomodé a una de las cajeras pidiéndole cambio para el carrito.

Es normal que se incomode con cualquier cosa con ese trabajo de mierda, a mi me pasaba cuando curraba en un ultramarinos mientras hacia la carrera. Trabajar de cara al público te convierte en una persona desagradable, al principio te comes toda la mierda de los clientes, pero cuando llevas un tiempo, te llenas y eres tu el que se caga en todos ellos.

Compré carne, sobre todo carne de todo tipo, ternera, buey, costilla, magro, casquería, embutido, salchichas, pollos, conejos, todo lo que se me ocurría. También compre comida normal para Julio y para mi, y si, le compre los putos cereales de ranita de los cojones. Soy un pedazo de pan.

También adquirí algo de ropa y un rollo de plástico de ese que se usa para tapar el suelo cuando vas a pintar, el inodoro se atascaría con la primera descarga de Jorge, así que pensé en poner el plástico en la bañera para que pudiese defecar ahí como medida provisional.

Llegué a casa en pleno bautizo tantrico de mi hermano menor. Habían apartado los muebles del salón, sonaba un Cd de esos de olas del mar, y seis jovencitas totalmente desnudas con cara de flipadas y flores en el pelo, masajeaban el cuerpo desnudo de Julio, que se encontraba en medio del salón tumbado boca abajo y con una barrita de incienso en el culo, no insertada en el ano, sino sujeta entre los glúteos de tal modo, que la ceniza caía sobre su rabadilla. Jorge miraba empalmado los pechos de una de las jovencitas flipadas.

Yo también me quedé mirando por un instante, pero no empalmado. Crucé a la cocina sin saludar, arrastré a mi hijo conmigo y cerré la puerta sin hacer demasiado ruido. Pasamos seis horas encerrados en la cocina escuchando los gemidos.

Orinamos en el fregadero que previamente yo había limpiado. Limpié toda la cocina y ordené e patio con la ayuda del niño mientras pensaba en cuanto odiaba a mi hermano. Lo envidiaba y lo odiaba al mismo tiempo.

Cuando terminó el bautizo, las chicas se fueron y Julio me preguntó que por que no había participado en la orgía.

¡Zas!. Con la izquierda. A traición. Todos mis dedos marcados en su cara. Por cabrón.


...