domingo, 20 de mayo de 2012

Ventrílocuo hijo de puta.



Estaba cansado de hablar del tema. Había dicho toda la verdad a la policía, después a la prensa y más tarde otra vez a la policía, incluso el cirujano se había interesado por escuchar mi historia. Relataba una y otra vez lo sucedido a diferentes personas mientras me cambiaban el gotero o me ayudaban a comer sopa sin sal o pechugas a la plancha sin sal.

En mi tercer día de hospitalización, mientras uno de los médicos me enseñaba algunas muestras de prótesis y me explicaba que estaban pintadas a mano, se personó ante los pies de mi cama, un hombre corpulento de unos cincuenta años. Se presentó como el Comisario Taboada y me tendió una mano sudorosa y llena de anillos de lo que parecía oro del bueno.

Tras una breve y anodina conversación sobre mi estado de salud, fue directamente al grano. Dijo que estaba interesado personalmente en el caso. Que andaba hacia tiempo detrás del tipo que me había desfigurado y que no se detendría hasta encontrarlo. Así que, con tono condescendiente, me instó a contarle toda la historia de nuevo con pelos y señales. Cerré el ojo, tomé aire y comencé.

-       - Sábado catorce de marzo a eso de las dos y cuarenta de la madrugada. Salí del Bar Niza, que se encuentra en la calle Segovia tras haber estado bebiendo unas copas con dos amigos. Me dirigía a mi domicilio habitual. Calle Carmen. Encontrándome en algún punto entre la calle Segovia y la calle Carmen, comencé a oír gritos de auxilio de lo que parecía un niño de unos diez o doce años. Decía cosas como: Socorro. Auxilio. Me ahogo. Todo ello con signos de exclamación. La voz parecía salir de algún sitio, como si no estuviese directamente en la calle. No sabría explicarlo…. Como si estuviese dentro de un contenedor o algo así, eso es lo primero que se me vino a la mente. Corrí hacia la voz.

-       - ¿Hacia dónde corrió?- interpeló Taboada.

-       - Hacia la voz, se lo acabo de decir.

-       - Bien, y esto… ¿por qué?- dijo pausadamente y sin perder la serenidad en el rostro.

-      - Porque me ha pedido que le cuente la historia y cuando le estaba contando hacia donde corrí, entonces usted me ha interrumpido y me ha preguntado otra vez lo mismo.- dije poniendo el ojo como plato.
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     - Bien, no, pero… ¿Por qué corrió?- preguntó con parsimonia y sin cambiar el semblante.

-       - Por que pedían auxilio, se lo acabo de explicar.

-       - Bien, esto… continúe.- dijo, yo continué.

-       - Corrí un par de manzanas hacia la voz y a la altura del número veintisiete de la calle Sevilla lo encontré.

-       - Bien…esto ¿Qué..?.-Comenzó a musitar el comisario.

- Se lo estoy contando ¿vale?, deme un momento.- Dije serio.

- Ho, si….esto...bien…lo siento, continúe.- continué.
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   - En la acera, tendido bocabajo, había un hombre gordo desnudo. Muy gordo.- dije haciendo gestos de gordura con las manos.

- - Bien, habla de…gordo en plan fuerte…esto…con unos kilitos de mas… o más bien diría…esto…bien…que se trataba de un caso de obesidad mórbida.-volvió a interrumpir Taboada.

-    - Diría lo segundo. Parecía una morsa y olía como tal.- contesté

-     -  Bien… ¿ha olido alguna vez una morsa?

-       - ¿Qué? No, pero use un poco la imaginación comisario. sugerí

-       - Bien…

-       - Como le decía, la voz parecía venir de dentro del gordo.-proseguí

-       - Llamémoslo, esto…el sospechoso. - me corrigió el comisario.

-      -  Oiga, ¿me va dejar que se lo cuente? Pienso llamarlo el gordo y punto. Y le agradecería que si no tiene nada importante que preguntar, se lo ahorre y me escuche, joder.

-       - Esto…bien…si…eh…lo siento, continúe.

-   - La voz salía de dentro del gordo, eso estaba claro. Pero parecía que estaba muerto. Me quedéparalizado ante el cuerpo. La voz seguía gritando. Pedía socorro y cosas por el estilo. Ah, y decía que se ahogaba. Y que le ayudara a salir. Le pregunté que como podía ayudarle. Dijo tenía que ser  por atrás, por el ano.

-      - Y usted…bien…le creyó.- Afirmó Taboada.

-       - Yo estaba flipando ¿vale?, ni le creí ni le deje de creer, no entendía nada y estaba pedo.

-       - Esto… ¿Pedo?

-       - Borracho, ciego, alcoholizado, pedo… ¿Lo pilla?- ironicé.

-    -  Bien…esto… (pasan unos segundo incómodos mientras el comisario apunta cosas en una libreta de propaganda con un bolígrafo de propaganda)…puede continuar.

-      - El cuerpo apestaba y la voz no paraba de gritarme y decirme que tenía que ayudarle a salir de su culo. Del culo del gordo, no de su propio culo. Nadie puede estar en su propio culo, eso es absurdo.

-       - Y…bien… ¿que hizo entonces?

-       - Me armé de valor, me acuclillé y separé los dos glúteos del manatí.

-       - Esto…perdón…me he perdido… ¿manatí?- nueva interrupción por parte del comisario.

-       - ¡Pero por el amor de dios! ¿Me va a dejar acabar? El manatí es el gordo ¿vale?, que hay que explicárselo todo cojones.- dije cabreado.

-     - Esto…disculpe…pero si cambia todo el tiempo el nombre del sospechoso, bien…, esto…ya sabe.

-       - Pues no, no sé, ya le he dicho que use la imaginación, no es tan difícil.- proseguí.

-     - Le abrí el culo ¿vale? Junté las manos como si fuese a rezar, las inserté entre las nalgas del sos-pe-cho.so (con recochineo) y separé las manos. Recuerdo que tuve que hacer bastante fuerza para mover toda aquella grasa a un lado y al otro. Justo cuando pude contemplar ante mis ojos algo de pelo y el agujero ¡Pam! En todo el ojo. Me mareé y caí hacia atrás por el impacto. Quedé sentado en el suelo con la piernas abiertas y tapándome el ojo. Salía mucha sangre y me dolía barbaridad.
  
Hice una pequeña pausa dramática para tomar aire y continué.

- Entre ese momento y la llegada de la ambulancia, solo recuerdo estar tendido en el suelo, mareado y con la visión del ojo que me quedaba borrosa. Recuerdo verlo correr desnudo calle arriba al muy hijo de puta. Daba grititos y se reía como una niña repelente. Mientras sus lorzas desafiaban todas las leyes de la física calle arriba, el gordo hijo de puta me decía: Te jodes, jijiji, te jodes, jijiji.- Después de eso solo recuerdo despertarme aquí y contar la historia una y otra vez.

- Bien…esto…hábleme del proyectil.- inquirió Taboada.

-¿Proyectil? Un puto garbanzo. El muy cabrón tenía un garbanzo cargado en el ojete y estaba esperando a disparárselo a alguien. Un garbanzo duro ¿eh?, no cocido.- dije dándome importancia.

Pasaron unos segundos de silencio mientras él seguía apuntando.

-       - Espero que lo detengan y lo encierren. -le confesé al comisario.

-       - ¿Detenerlo? ¿Está usted loco?, lo que quiero es contratarlo.- Dijo Taboada con una sonrisa en el bigote.

-       - ¿Qué? pero no es usted…

-       - ¿Policía? No, esto…que va…bien…parece que ha habido una pequeña confusión.

-       - Ahora soy yo el que no entiende nada.-dije.

-Bien...vera….soy comisario. Comisario artístico. ¿sabe usted cuanta gente…esto…pagaría, esto…por ver a un manatí ventrílocuo que dispara garbanzos con el ano…?- argumentó.

Llamé a la enfermera para que se lo llevaran y seguí ojeando el catalogo de prótesis oculares mientras pensaba en la razón que tenia aquel tipo. No el gordo sino el comisario. Aunque si lo pienso bien, el gordo también tenía razón cuando me dijo: te jodes jijiji.

***

El día de la ofrenda.



Se acercaba de nuevo el día de la ofrenda. El día más importante del año para los habitantes de la aldea.

El día de la ofrenda, al llegar el alba, todos los vecinos salen de sus casas y se dirigen a la plaza. Los chiquillos corretean de aquí para allí jugando con sus espadas, mientras los mayores comen y beben, ríen y bailan al son de laudes y gaitas.

Entrada la tarde la ceremonia da comienzo. Los monjes cuentan como cada año, la leyenda de cómo se construyó el templo. Como en cada día de la ofrenda, vuelven a hablar de las gárgolas que nos vigilan desde arriba. De la devoción. De la suplica y la redención. De la muerte y de la vida.

Encomiendan una daga a los dioses. Uno de los monjes, el más anciano de ellos, se arrodilla ante el primero de una fila de niños de diez años, todos ellos primogénitos y varones. El monje retira su capucha, mira fijamente al niño a los ojos, asiente levemente y ofrece, con las palmas de sus manos abiertas mirando al cielo, una daga herrumbrosa.  

El niño, con la mirada perdida, aferra la daga con valentía. Se degüella.

El filo de la fina daga se abre camino a través de la garganta del joven y tras un leve estertor, cae fulminado allí mismo. 

Los demás niños, hasta un total de siete, acometen el mismo acto de inmediato y sin cobardía. Sobre el pequeño escenario yacen siete jóvenes cuerpos sin vida.

Los cuelgan de los ganchos boca abajo. Siguen bebiendo y riendo ya siendo noche cerrada, pero nadie sigue allí cuando despunta la mañana.

Todos se han escondido en sus casas. Porque como cada día después de la ofrenda, las gárgolas bajarán porque hay niño muerto para desayunar.

***