domingo, 8 de abril de 2012

Cínico




Me aburro. Me aburro muchísimo, pero no solo ahora, que también, sino en general. La vida me parece tediosa y soporífera, y me quejo por ello.

Cualquiera, al verme, cree que no puedo quejarme. “Hay gente que las pasa putas en la otra punta del globo”, me dicen.

 “La gente muere de hambre cada día y sufre terribles enfermedades crónicas muy contagiosas, por no hablar de las guerras o las condiciones laborales de Uzbekistán”,  me reprochan otros bastante indignados por mi actitud.

Pero yo me aburro y no lo puedo evitar. Pienso en si el otro lado del mundo será más divertido. Tiene que serlo, aunque sólo sea por equilibrar la balanza. Si en nuestro lado puedes comer y beber hasta la náusea, depilarte las cejas, adquirir lujosos y estrafalarios objetos inútiles, limarte los pómulos, suscribirte a canales de deportes e incluso blanquearte el ano, el otro lado tiene que ser la ostia. Menos por lo de comer y beber. Tener el culo oscuro me da igual.

Quejarme es una de las pocas cosas que me divierten. Si quejarse estuviese penado con cárcel, estaría cumpliendo varias cadenas perpetuas consecutivas, a no ser que viviese en Texas, donde me ajusticiarían por la gracia de Dios y así terminaría para siempre este adormecedor y desesperante espectáculo. Si me quitáis el derecho a quejarme moriré de tedio. Seréis los responsables.

Tengo el volumen al mínimo. Mi volumen emocional y sensorial no es el normal. Nada me sorprende ni me abruma. Nada me gusta o me disgusta. Observo cómo pasa la vida. Nada me ilusiona y nada hace que se encienda una chispita en mi corazón.

Puede que quizás, con el paso de los años, me haya convertido en una dura y compacta piedra de estiércol. Nadie quiere rascar la superficie de una boñiga seca para ver si queda algo de esperanza en su interior, porque enseguida se te llenan las uñas de mierda. Espero y pienso, sin prisa, ¿me sorprenderá la muerte? Me aburro y sigo esperando. 

¡Haz algo!, ¡muévete!, ¡cambia eso!, ¡pon de tu parte!

Esto me dirían ese tipo de personas que me saludan efusivamente y me abrazan sin apenas conocerme, invadiendo todo mi espacio e incomodándome. Se apoderan de lo único que me pertenece solamente a mí, aunque sea por un instante, me lo quitan. Pero no contentos con robarlo, lo desperdician, porque es mentira, no quieren darme un abrazo. Lo que quieren, es que los que no nos avergonzamos de aburrirnos, pensemos que en realidad, le sacan todo el jugo a la vida y disfrutan de cada momento.

También me tacharían de victimista todas esas personas  que dan grititos o saltitos  y utiliza un montón de palabras como “súper, genial, estupendo y maravilloso”, para contarme que proyectos están realizando, o que van a realizar actividades que a mí me resultan de lo más anodino y carente de sentido. Sí, me parecen gilipollas. Pero claro, el que tiene el volumen bajo soy yo, así que… ¿Quién es más gilipollas?

Seguramente empataríamos por doble K.O simultáneo.