sábado, 28 de enero de 2012

El ascenso.

Voy en un coche grande y negro, con las lunas tintadas y con chófer, no sé que marca es, no entiendo de eso.

Después de trece horas de vuelo sin pegar ojo, sólo quiero llegar a mi hotel y dormir una semana. Pero no va a poder ser, el señor Ballester lo dejó muy clarito. Lo primero es lo primero.

El señor Ballester es mi jefe, es muy estricto, por eso le va tan bien el negocio.

Desde que llegué a la empresa, él me lo ha ensañado todo sobre el sector. También es cierto que soy uno de sus mejores trabajadores, ya  me lo dijo en la reunión de hace dos semanas, donde me comentó que, de seguir así, tendría  una trayectoria estratosférica.

Empecé hace tres años como recadero, o “chico para todo”, por llamarlo de algún modo. En seis meses ya era vendedor. En otros seis, el mejor vendedor. De ahí, a tener mi propio equipo de vendedores, con el que he subido considerablemente el volumen de ventas de la empresa.

Pero ahora ya no me dedico a las ventas, ahora soy señores y señoras: el nuevo jefe de compras de la empresa. Jefe de compras con 24 añitos. Teléfono, tarjeta de crédito y coche por cortesía de la empresa, por no mencionar el montón de pasta que me pagan. Suena de la hostia ¿eh?. Pues sí.

Ya no tendré que patearme las calles de la ciudad ni de los pueblos colindantes, no tendré que atender a clientes cabreados a horas intempestivas, ni tendré que poner firmes a mis vendedores por no llegar a los objetivos de ventas trimestrales. Ahora me toca disfrutar trabajando.

El coche se detiene, el chófer se apea y abre mi puerta, como si fuera un ministro. Tendré que bajar. Bajo.

Pues bien, esta es mi misión, buscar el mejor producto, al mejor precio, en el mayor congreso internacional del sector. Aquí se reúnen los más importantes fabricantes y distribuidores de la industria, amén de empresas secundarias, relacionadas con temas de logística y gestión de capitales.

Nada más cruzar el umbral del descomunal salón de congresos de la descomunal ciudad de México, me paro, y abro la boca y los ojos como platos. Es impresionante, hay cientos, miles de stands ofreciendo todo tipo de productos e información relacionados con el mundillo.

Necesitaré 10 años para visitarlos todos, ¿por dónde empezar?, es imposible, menudo marrón, ¿Qué voy a hacer?. Respiro.

Se me acerca una de esas azafatas con un bandejita y me ofrece el producto de su compañía.

-¿Le gustaría probar nuestro producto?-me dice con voz de pito.

Yo estoy solo y amargado, así que le tiro los trastos.

-Claro, pero…ese acento…¿de dónde es?.- digo poniendo cara de interesante.

-¿El producto o yo?- pregunta ella sin dejar de sonreírme como embobada.

-Tú, digo… usted guapa.- guapa pero no muy lista pienso.

- Yo soy de Colombia señor.- contesta amablemente mientras yo cato el producto.

- Ah…y el producto?- digo aún paladeando.

- El producto también es colombiano señor.- me dice sin dejar de sonreír ahora como una boba.

Tengo que buscar una azafata mas espabilada, pero hay que reconocer que la tía tiene una cocaína exquisita.